Patricio Gómez Valles

PATRICIO GÓMEZ VALLES nace en Sevilla , en el año 1974. Pasa su primera infancia entre folios, lápices y objetos de escritorio en la trastienda del comercio materno dedicado a la papelería. Posteriormente su familia se muda al sevillano barrio de San Lorenzo donde reside actualmente. Sus estudios de música, lo han llevado a ser un prolífico compositor, teniendo en su haber muchísimos estrenos. Desde 1992 es organista de
HABLANDO CON MANZANOS
Despierto me levanto; voy; me asomo.
Va una niña saltando por la calle,
traspasando adoquines y algodones. . .
Y entonces yo me acuerdo de que anoche
busqué lápices, fósforos, tijeras
rescatando unas letras que decían
que daban oro y plata por un oso.
Busqué cines y guindas y peluches,
y siempre me expulsaban de las torres.
Relojes y señores me indicaban
mil Kioscos de papel y caramelo.
Compré una bicicleta de diez ruedas.
Compré dos telescopios de cartón.
La niña que saltaba estaba lejos
probando arena y sal sin beber agua,
hablando con manzanos de naranjos,
llevando a merendar a los ositos. . .
Tiré la bicicleta en un dedal
(donde mil catedrales se apretaban)
y supe disfrazarme de bombero
usando las virutas de una estera.
Allí, junto a los osos y los sapos,
junto a tristes maestros y jirafas,
la niña se tomaba un chocolate
mojando redondeles de marfil.
Había un oso inquieto y pensativo
(como un chisme de corcho barnizado)
que hablaba por los codos como un ancla
sin dejar de hacer fotografías.
Yo no sé donde empieza una persona,
pero una mesa empieza por la miel,
y por debajo están las quince patas
donde chillan los suelos mas plantígrados.
¡Otro tazón pidieron! ¡Y más bollos!
¡Otra bañera llena de pasteles!
Y mientras, yo trenzaba con cucharas
una jaula de grandes dimensiones
sabiendo que los ruidos de la gente
son un simple croar de mariposas.
Saqué un piano tan grande como un sello
y la niña inició sus carcajadas;
el oso se empeñó en hacer el pino
( ¡ ridícula ilusión para un peluche ! )
y yo, disimulando, entre canciones,
tejí varias bufandas variopintas
afilando las cuerdas del pïano.
¡ Qué dolor, qué alegría, qué artificio
cuando vino aquel tren de cafeteras
a pedirme – por fin – que me callara
a base de juguetes y zarpazos !
Fue entonces -me parece– cuando un gato
sacó un caleidoscopio de mentira
en cuyo espejo fofo estaba escrito
que yo era un vil farsante peligroso.
(Las ratas aplaudieron la ocurrencia
saludando con cara de borrico.)
Tuve que actuar de prisa y puse el cebo
bien lejos de la jaula, por si acaso,
no fuera a ser que el oso sospechara
al ver un molinillo con antenas.
Les fue servido un charco a los tritones.
Las ranas exigieron un salero.
La niña se marchó dando saltitos
y yo quedé a merced de mis manías.
En ese instante crítico y funesto
yo mismo me conté una extraña historia
repleta de temblores y estornudos. . .
El oso, desde luego, se escapaba
bufando con sonidos a “peluche”
y yo, de tropezón, caí en la jaula.
Allí me dediqué a fregar los platos,
a hacerme fortalezas con soperas,
a darme madrugones de papeles.
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