sábado, septiembre 16, 2006

Patricio Gómez Valles



PATRICIO GÓMEZ VALLES nace en Sevilla , en el año 1974. Pasa su primera infancia entre folios, lápices y objetos de escritorio en la trastienda del comercio materno dedicado a la papelería. Posteriormente su familia se muda al sevillano barrio de San Lorenzo donde reside actualmente. Sus estudios de música, lo han llevado a ser un prolífico compositor, teniendo en su haber muchísimos estrenos. Desde 1992 es organista de la Parroquia de San Pedro. Estudió Filosofía y Letras, estando en la actualidad realizando estudios de Teología en el CET de Sevilla. Es miembro de la Sociedad General de Autores. Ha pertenecido a varias Asociaciones literarias, teniendo publicados poemas en varias antologías. Pertenece al GRUPO LITERARIO SAN FERNANDO desde su fundación.



HABLANDO CON MANZANOS



Despierto me levanto; voy; me asomo.

Va una niña saltando por la calle,

traspasando adoquines y algodones. . .

Y entonces yo me acuerdo de que anoche

busqué lápices, fósforos, tijeras

rescatando unas letras que decían

que daban oro y plata por un oso.

Busqué cines y guindas y peluches,

y siempre me expulsaban de las torres.

Relojes y señores me indicaban

mil Kioscos de papel y caramelo.

Compré una bicicleta de diez ruedas.

Compré dos telescopios de cartón.

La niña que saltaba estaba lejos

probando arena y sal sin beber agua,

hablando con manzanos de naranjos,

llevando a merendar a los ositos. . .

Tiré la bicicleta en un dedal

(donde mil catedrales se apretaban)

y supe disfrazarme de bombero

usando las virutas de una estera.

Allí, junto a los osos y los sapos,

junto a tristes maestros y jirafas,

la niña se tomaba un chocolate

mojando redondeles de marfil.

Había un oso inquieto y pensativo

(como un chisme de corcho barnizado)

que hablaba por los codos como un ancla

sin dejar de hacer fotografías.

Yo no sé donde empieza una persona,

pero una mesa empieza por la miel,

y por debajo están las quince patas

donde chillan los suelos mas plantígrados.

¡Otro tazón pidieron! ¡Y más bollos!

¡Otra bañera llena de pasteles!

Y mientras, yo trenzaba con cucharas

una jaula de grandes dimensiones

sabiendo que los ruidos de la gente

son un simple croar de mariposas.

Saqué un piano tan grande como un sello

y la niña inició sus carcajadas;

el oso se empeñó en hacer el pino

( ¡ ridícula ilusión para un peluche ! )

y yo, disimulando, entre canciones,

tejí varias bufandas variopintas

afilando las cuerdas del pïano.

¡ Qué dolor, qué alegría, qué artificio

cuando vino aquel tren de cafeteras

a pedirme – por fin – que me callara

a base de juguetes y zarpazos !

Fue entonces -me parece– cuando un gato

sacó un caleidoscopio de mentira

en cuyo espejo fofo estaba escrito

que yo era un vil farsante peligroso.

(Las ratas aplaudieron la ocurrencia

saludando con cara de borrico.)

Tuve que actuar de prisa y puse el cebo

bien lejos de la jaula, por si acaso,

no fuera a ser que el oso sospechara

al ver un molinillo con antenas.

Les fue servido un charco a los tritones.

Las ranas exigieron un salero.

La niña se marchó dando saltitos

y yo quedé a merced de mis manías.

En ese instante crítico y funesto

yo mismo me conté una extraña historia

repleta de temblores y estornudos. . .

El oso, desde luego, se escapaba

bufando con sonidos a “peluche”

y yo, de tropezón, caí en la jaula.

Allí me dediqué a fregar los platos,

a hacerme fortalezas con soperas,

a darme madrugones de papeles.